La imagen de millones de lechugas pudriéndose sin cosechar en una finca yeclana irrumpió el pasado junio en multitud de medios de comunicación, tanto regionales como nacionales. «La comida no se tira», nos enseñaron los padres, y este hecho atentaba directamente contra esa máxima. El trasfondo del asunto, sin embargo, es más complejo y tiene tras de sí dos realidades aparentemente contradictorias. Por una parte, la cuota de producción agrícola que nunca llega al mercado para el que se ha cultivado es mucho mayor de lo que cree el consumidor, hasta el punto de que la noticia de Yecla apenas alcanza el valor de anécdota. Por otra parte, no es ajustado concluir que el agro esté copado de prácticas derrochadoras. Al contrario, productores, distribuidores y científicos llevan tiempo luchando por extraer el máximo aprovechamiento hasta del último tallo que deja tras de sí cada cosecha. Se trata del ahora tan extendido concepto de economía circular.
Francisco Artés Calero, profesor emérito de la Universidad Politécnica de Cartagena (UPCT), donde fundó el grupo de Postrecolección y Refrigeración, es uno de los investigadores que buscan vías para «reducir las enormes pérdidas que se producen entre la recolección de los productos hortofrutícolas y su consumo», y que la Comisión Europea cifra en un tercio de la producción mundial. A esta enorme cifra, que equivale a más de 8 millones de toneladas de comida despilfarrada al año en España, contribuyen deficiencias durante el almacenamiento o el transporte, problemas en la cadena de frío y, sobre todo, el desechado de productos que no alcanzan uno estrictos estándares de calidad exigidos, como calibre, color, peso, presencia de defectos y contenido en azúcares. Pero la cuota de mermas es todavía mucho mayor si a este volumen desechado tras la recolección se le añade el género que directamente se deja sin cosechar, por no llegar a unos requisitos del mercado de forma, tamaño, color o maduración, o por una importante caída en los precios, como en el caso de las lechugas yeclanas, por ejemplo. Cada campaña de lechuga, por seguir con esta verdura, deja tras de sí en el campo, sin recolectar, en torno a la mitad de la producción, porque únicamente se extrae «la cabeza de la hortaliza, que es lo que quiere el consumidor». Tampoco llegan nunca al usuario esos «montones de puntitos que a veces vemos en el campo y que son los melones que no se recolectan por no haber alcanzado el calibre esperado o por estar manchados por el sol», ejemplifica el investigador.